James Blake es un maestro en el manejo de las ausencias. Es como esos músicos de jazz que tocan lo justo y necesario, pero que escuchándolos uno percibe que podrían estar haciendo un solo complejísimo durante tres horas seguidas.
Su soul futurista es mínimo, pero evoca una entidad que va mucho más allá del momento en el cual lo escuchamos. Y no lo decimos como metáfora, es algo palpable. Ocurre que esos pocos golpes, notas y sonidos dejan lugar a todos los otros que no suenan, dan espacio a que el oyente encuentre piezas propias con las cuales completar el gran cuadro musical.
Como Burial o Mount Kimbie, utiliza recursos que lo vuelven afín a la movida bass actual, pero sobrepasa sus límites. Sus tracks están marcados con un sello extremadamente particular, en el cual se mezclan el jazz y soul de las décadas de los 50as / 60as con sonoridades futuristas, climas subterráneos y manejos tonales que producen en el oyente emociones descarnadas.
James es austero, despliega en su música tremenda destreza compositiva / sonora, pero mediante resoluciones sintéticas. Utiliza pocos elementos, pero son los justos y necesarios para que sus composiciones contengan un decir oceánico.
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